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15 Leyendas mexicanas más famosas para niños

Las leyendas son relatos con orígenes orales y que se trasladan de generación a generación. La diferencia entre lo verídico y lo imaginario o fantasioso muchas veces no es tan neta, por lo que ambos componentes se pueden observar en los cuentos. A continuación presentamos las mejores 15 leyendas mexicanas para pequeños. 

15 leyendas mexicanas más famosas para niños

El sol y la luna

Cuenta la leyenda que en tiempos remotos en la tierra solo había una prolongada noche. Por lo tanto, las deidades más poderosas, que vivían en el cielo, se reunieron para crear al sol y así habría, finalmente, luz en el planeta. El sitio de encuentro fue Teotihuacán, una ciudad divina. Bajo ella, como una especie de reflejo, estaba la ciudad mexicana del mismo nombre.

En la ciudad celeste, entonces, prendieron una hoguera y el poderoso que quisiera convertirse en sol debía saltar en aquella para resurgir como el astro rey. Se presentaron dos candidatos: el primero era grande, fuerte, hermoso, rico y adornado con las mejores vestimentas; el segundo era pequeño, débil, feo y pobre, vestido con harapos y una piel llena de llagas. Este solo tenía, antes sus carencias, la sangre de su corazón; sus buenos y humildes sentimientos.

Y llegó el momento de la verdad: había que saltar a la gran formación de fuego. Pero el grande y rico no se atrevió, tuvo miedo y salió corriendo. El segundo, sin embargo, muy valiente, corrió y emergió convertido en el mismo sol. Ante semejante espectáculo una gran vergüenza invadió al primero, lo cual le hizo tomar la decisión y también se lanzó a la hoguera: ahora había dos soles en el cielo. Los poderosos, de todos modos, debatieron y llegaron a la conclusión que no podían haber dos astros, así que decidieron apagar al segundo ¿Cómo lo lograron? Tomaron un conejo de las patas y con mucha fuerza lo lanzaron contra el segundo sol. El brilló mermó en este, hasta convertirse en una luna.

Desde ahora, la tierra tiene sol y luna, alternados. Y es más: si se presta atención, en las noches de luna llena y grande, se puede observar la silueta del conejo arrojado que acabó con el segundo sol.

El fuego y los animales

En un pasado remoto, nos relata esta leyenda, los animales hablaban y hacían muchas cosas que hoy asociamos a las personas. Sin embargo, tenían una gran carencia: no controlaban el fuego. Este elemento, formidable para la cultura, escaseaba por todas partes, lo cual daba como consecuencia que los animales comieran su alimento crudo, que pasaran frío en prolongados inviernos y muchos de ellos estuvieran sumamente disgustados. El jaguar, por aquellos entonces, era todo liso y amarillo, es decir, sin manchas.

El sol, ante semejante espectáculo triste, porque realmente las criaturas vivían mal, tuvo compasión. Vio a un jaguar, desde lo alto de una montaña, y le habló. Le daría algo que sería para usar, pero que también debía compartir con los demás. El gran felino pensó que era comida, pero en verdad era el añorado fuego. El animal simplemente levantó una rama de pasto secó y el gran astro rey se la encendió. El sol podría haberse quedado tranquilo ante la solidaridad del jaguar, pero no fue así: este simplemente se llevó el fuego para su propio provecho. «Ahora comeré asado, muy rico, sabroso y no pasaré más frío en el invierno. No le daré nada a nadie, al fin de cuentas hice todo yo», anunció el felino mientras se introducía en lo frondoso de la selva.

La leyenda del maíz

Antes de la llegada de Quezalcóatl los hombres se alimentaban de raíces y de la caza, pero el maíz les estaba vedado porque justamente se encontraba detrás de las montañas y no podían llegar hasta él. Incluso las deidades habían intentado separar estas enormes montañas utilizando su gran fuerza, pero no lo consiguieron. Los hombres, por lo tanto, pidieron ayuda al famoso Quezalcóatl ¿Y qué hizo este? A diferencia de sus pares divinos, quiso emplear la astucia y la inteligencia. Se transformó en una hormiga negra. Entonces se fue al sitio donde estaba el maíz con una hormiga roja de acompañante, dispuesto a conseguir el precioso alimento para su pueblo.

Tras mucho esfuerzo y sin perder el buen ánimo, Quezalcóatl subió a las montañas y cuando llegó a su destino tomó un grano importante de maíz en sus mandíbulas, emprendiendo el duro regreso. Entregó el grano a los aztecas que plantaron la misma semilla y desde esa bendita jornada tuvieron este formidable alimento para nutrirse de la mejor manera. Los pueblos originarios se volvieron prósperos y felices, agradeciendo a Quezalcóatl, su gran dios a quien nunca dejaron de adorar, ya que los ayudó cuando más lo necesitaban.

El conejo de la luna

Hace mucho tiempo Quezalcóatl, el bueno y gran Dios, decidió viajar por todo el mundo transformado en una persona humana para que no fuera reconocido. Surcó montañas, bosques, desiertos, ríos y mares. Como no había parado en todo el día, a la caída de la tarde decidió descansar, ya que se sentía fatigado y con hambre. Por lo tanto, se sentó a la orilla del camino, hasta que se hizo de noche, las estrellas emergieron y una hermosa luna era dibujada en el cielo. La deidad descansaba, observando la maravillosa naturaleza, cuando un pequeño conejo se quedó a su lado, observándolo mientras masticaba algún alimento, algo que llevaba entre los dientes.

«¿Qué estás comiendo?», preguntó Quezalcóatl. «Estoy comienzo zacate, ¿quieres un poco?», contestó la pacífica criatura. La deidad le declaró que no comía eso y el conejo preocupado le consultó, entonces, qué comería. «Tal vez me muera de hambre y de sed, si no consigo nada para llevarme a la boca», sentenció el dios. El pequeño animal se vio perturbado, se acercó a Quezalcóatl y le anunció unas maravillosas palabras. «Mira, yo no soy más que un pequeño conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí».

El dios se quedó conmovido e impresionado con la bondad del conejo, lo acarició y le dijo. «Tus palabras me han emocionado tanto, que a partir de hoy no serás solo un conejo en la tierra. Serás recordado por todos y por siempre, ya que pocas veces se encuentra un ser tan generoso y bueno».

Quezalcóatl tomó al pequeño animal de los brazos y lo elevó alto, bien alto, hasta la luna y finalmente su figura quedó estampada en la superficie del satélite de la tierra. Luego el dios lo bajó a la tierra y le afirmó:»Ahí tienes tu retrato en luz, para que todos los hombres tengan tu recuerdo por siempre». Y la promesa se cumplió, ya que los hombres y mujeres de este mundo cuando vislumbran la luna llena, en una noche despejada, ven también la silueta de ese conejo bondadoso, que en el pasado ayudó a Quezalcóatl a no morir.

Las posadas

Era la época de Augusto, primer emperador romano y un buen día se decidió hacer un censo de la población. Había que anotar el nombre y apellido de cada uno de los habitantes. Toda la gente, por lo tanto, tuvo que acudir al pueblo donde había nacido. La virgen María, por entonces embarazada, tuvo que ir junto a su marido, José, hacia Belén, pueblo del nacimiento de ambos. Ella estaba a punto de dar a luz, llegando a su ciudad en una fría noche del 24 de diciembre. A José le preocupaba mucho el estado de su mujer, por eso quería solicitar los servicios de la mejor posada de todo el pueblo.

«En nombre del cielo pido posada, porque ya no puede andar más mi mujer amada». El posadero, ante las palabras de José, lo miró de arriba a abajo y le contestó. «Aquí no es mesón, sigan adelante. Yo no puedo abrirle, no vaya a ser un buen tunante». Insistió José: «No seas inhumano. Ten caridad, porque el reino de los cielos te premiará». «Ya se pueden ir y dejar de molestar. Si me enfado más, los voy a apalear», contestó de manera dura el posadero, muy enojado.

Por lo tanto, la Virgen y José se pusieron en marcha, en búsqueda de otro lugar donde pudieran cobijarse. Así es como llegaron al asentamiento de los peregrinos. El papá de Jesús tocó la puerta. «Soy carpintero y me llamo José. Venimos rendidos desde Nazaret». «No me importa su nombre, lárguese de aquí: yo lo que quiero es dormir», le contestaron desde el interior.

Tuvieron que buscar otra posada y esta vez llegaron hasta el albergue de los pobres. Este lugar estaba junto al establo, en donde solo había un buey. José llamó a la puerta. «Pido cobijo, mi buen hombre, solo por una noche. Mi esposa es María, la reina del Cielo y madre va ser del divino Verbo». «¿Eres José y tu mujer María? Entren peregrinos», contestaron de manera cortés. «Dios le pague esta caridad y le colme el cielo de felicidad», replicó José, muy feliz ante la noticia.

Y como el albergue en esa noche estaba lleno, la pareja celestial tuvo que conformarse con el establo. Los compañeros de morada fueron el buey que dormitaba allí y la cansada mula con la que había viajado la divina María.

El árbol del vampiro

A finales del siglo XVIII, en plena época de la colonia y en un pueblo llamado Belén, de Guadalajara, vivía un hombre al que llamaban Don Jorge. Era poseedor de una gran fortuna, había comprado una gran casa; pero no caía bien a las personas del lugar. En verdad era un hombre taciturno, misterioso, siempre vestido de negro y que realizaba caminatas a altas horas de la noche.

Todo transcurría en el lugar tranquilamente, hasta que un buen día los animales comenzaron a aparecer muertos, sin sangre y con una suerte de mordida en el cuello. Pensaron los pobladores que se trataba de una epidemia. Sin embargo, la situación se complicó cuando en parecidas situaciones también encontraron personas. Había, entonces, que hallar una rápida solución: alguien era el asesino. Muchas personas una noche se encomendaron en la búsqueda, quedando sorprendidos cuando se toparon con Don Jorge, justamente atacando a una de sus víctimas. La conclusión fue rápida: el hombre, en verdad, era un vampiro. Inmediatamente lo intentaron atrapar, pero el vecino misterioso logró escapar.

Las opciones para deshacerse de la criatura nefasta eran dos: para algunos se tenía que solicitar los servicios de un sacerdote y así exorcizar; para otros la única forma de eliminar al vampiro era clavarle una estaca en el corazón. Y así lo hicieron, una vez que apresaron a Don Jorge. Mientras este sufría, en sus últimos momentos, les anunció al pueblo entero que se vengaría. El extraño y tétrico vecino fue enterrado en el Panteón de Belén, naciendo un árbol enorme que rompió todo alrededor. Se cree que en el momento que el árbol sea cortado o sus raíces destruyan la lápida volverá el vampiro.

La leyenda de Tepoztécatl 

Tepoztécatl vino al mundo gracias al amor de una princesa y un pajarillo. Ella era muy feliz con su bebé hasta que se enteraron sus padres. Como no estaba casada, la obligaron a dejar a su retoño. La mujer lo hizo, colocando a la criatura cerca de un hormiguero. Las hormigas, muy amables, lo alimentaron durante un buen tiempo con piel que habían obtenido de las abejas. Poco después, estas pequeñas compañeras, luego de nutrirlo, lo dejaron cerca de un maguey. Al tenerlo entre sus pecas, el maguey lo alimentó y cobijó con una suculenta aguamiel que tenía en su interior. Luego introdujo con cuidado en una caja y lo puso sobre las aguas del río Atongo, hasta que una pareja de ancianos que vivía en Tepoztlán lo hallaron y lo criaron como si fuera su hijo.

El pequeño Tepoztécatl creció hasta convertirse en un gran guerrero. Un día una malvada serpiente llamada  Mazacóatl apareció en Xochicalco, amenazando a los habitantes de aquel pueblo. El padre adoptivo de nuestro protagonista había sido elegido para eliminar al monstruo, pero ya era muy mayor, por lo tanto, Tepoztécatl decidió tomar su lugar y batallar. El muchacho agarró muchos trozos de obsidiana y con ellos terminó con la vida de la criatura, ya que pudo cortarle las entrañas.

Cuando regresó a su pueblo, victorioso, todos celebraron. Estaban tan felices que lo nombraron señor de Tepoztlán y sacerdote del dios Ometochtli. Años después el querido Tepoztécatl desapareció y se fue a vivir para siempre en la pirámide que se encuentra en la cima del cerro Tepozteco.

¿Por qué los perros se suelen la cola?

Hace muchos años  en un pequeño pueblo de México los perros estaban muy tristes. Ellos eran fieles a los humanos, los acompañaban en todo momento, los ayudaban en las tareas más variadas y, sin embargo, algo andaba mal ¿Qué les pasaba entonces? La explicación era que a pesar de tanto esfuerzo, las personas solían maltratarlos, abandonarlos o eran totalmente indiferentes a estos amigables caninos.

Sin embargo, un día admitieron los perros que eso no se podía dar más. Se juntaron en una asamblea y luego de largos debates llegaron a una conclusión: necesitaban la ayuda del dios Tlaloc. Le escribieron una carta, pero recordaron lo más importante ¿quién se la llevaría? Como era un sitio muy lejos donde vivía este dios, solo podía ser un perro fuerte y con un excelente olfato. Finalmente escogieron a uno grande, negro, joven y sumamente musculoso ¡Estaba muy feliz porque lo habían seleccionado para una misión muy grande!

En el momento de partir, pese a las directivas que se le habían dado, volvió a surgir una nueva duda ¿Dónde podría llevar el perro a la carta? Un venerable canino dio una respuesta tras mucho reflexionar: «lo mejor es que lo guardes bajo la cola; es el lugar más seguro».

Y así se hizo, yendo el perrito negro muy feliz a la morada de Tlaloc. Los años pasaron y no se tiene noticia del mensajero; nunca volvió de la misión. Por tal motivo, los perros comenzaron a olerse la cola de manera normal a la hora de encontrarse: tal vez uno de ellos sería el tan añorado mensajero de Tlaloc.

La vainilla

Esta leyenda relata la historia de una hermosa muchacha llamada Xanath. Ella era tan rica que vivía en un palacio con todos los lujos y comodidades. Un día salió a pasear y por esos azares de la vida se cruzó con un guapo muchacho. Su nombre era Tzarahuín, vivía en una humilde cabaña cerca del bosque, con una vida sencilla, muy alejada de la principesca. Sin embargo, muchas veces al amor no le importa las condiciones materiales de las personas, por tal motivo desde que los jóvenes entrelazaron sus miradas por primera vez se vieron flechados.

Desde ese entonces Xanath y Tzarahuín mantuvieron encuentros secretos, amándose un poco más a medida que se veían. Ella sabía que no podía contar a su sofisticada familia su cariño por ese hombre, ya que ellos no apoyarían una relación semejante. Sin embargo, en una tarde, luego de encontrarse con su amado, Xanath pasó junto a un templo muy importante de la montaña. Caminaba despacio, recitando una canción y muy feliz porque estaba enamorada. Para desgracia, un dios también la vio y quedó fascinado. Deseaba con todo su corazón que ella fuera su mujer.

Este era el dios de la felicidad, un ser poderoso que de inmediato había decidido que ella tenía que ser su esposa. Por lo tanto, el insistió una y mil veces. Xanath, por su parte, se negó una y mil veces. Ella amaba solo a su buen Tzarahuín y así sería hasta el final de sus días. Como la deidad no aceptaba un no como respuesta, luego de incluso amenazarla, decidió enviar una invitación para que dirigiera a su templo al padre de la muchacha. Este, sumamente feliz, usó sus mejores vestimentas y fue al encuentro. El ser divino no solo lo trató muy bien al señor, sino que le dio regalos y otros placeres, aunque al final demostró su verdadera intención: le pidió casarse con Xanath. El padre, naturalmente, no se opuso.

Al día siguiente fue el dios quien se presentó en la casa de la muchacha. El padre lo recibió con alegría, pero fue una tristeza inmensa cuando Xanath, bajando de las escalinatas, lo vio. Ella ante semejante situación rompió en llanto y no le dirigió una sola palabra. La divinidad, maldiciendo, empezó a decir que si no se casaba con él no se casaría con nadie. Estaba tan enojado que realizó un conjuro que transformó para siempre a la mujer en una flor de suaves y delicados pétalos amarillos ¿Cómo se llamaba la misma? La vainilla ¡Era el castigo divino ante el rechazo! Desde entonces esa planta, de la familia de las orquídeas, se encuentra en muchos lugares del mundo.

La flor de noche buena

Hace mucho tiempo, cuenta esta leyenda mexicana, en un pequeño pueblo todos sus habitantes se juntaban en la iglesia cada año para darle un presente a Jesús durante su nacimiento. A Pablo, muchacho del lugar, le encantaba esa tradición, porque siempre veía llegar muchas personas repletas de presentes hermosos: cesta de frutas, ropa, algún juguete, entre otras cosas. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo el muchacho se ponía más y más triste ¿Por qué? Es que veía como todos hacían sus bonitos regalos; pero el no tenía nada para obsequiar, ya que era muy pobre.

Como se sentía muy mal ante su desdichada situación, quiso esconderse para que nadie se diera cuenta que no tenía nada para dar. En un rincón de la iglesia comenzó a llorar, pero pronto, casi por arte de magia, de las lágrimas que habían caído brotaron unas hermosas flores con pétalos rojos. Pablo comprendió que aquellas eran un regalo de dios para que se las otorgara al niño Jesús. Contento fue y depositó esas flores con otros obsequios, siempre manteniendo el milagroso secreto que había nacido de sus lágrimas.

La leyenda de Quetzalcóatl

Cuando se creó el mundo, hombres y dioses vivían en absoluta armonía. Sin embargo, el único que no estaba contento era Quetzalcóatl, ya que se daba cuenta cómo las deidades se aprovechaban de los seres humanos, los utilizan y los menospreciaban, considerándose superiores. Molesto con esta situación nuestro protagonista decidió transformarse en persona para compartirles a los individuos conocimientos y sabiduría divinos.

Cuando arribó al mundo de los humanos caminó por amplios senderos, atravesó distintas tierras y finalmente culminó en la ciudad Tollan. Para sorpresa suya, en ese momento encontró a sus pobladores haciendo un sacrificio en nombre de su hermano, Tezcatlipoca. Al observarlo, lo detuvo y le dijo a todos los los reunidos que él venía a prometer una ciudad eterna, llena de flores y buena vida. Como por arte de magia el cielo se despejó, las nubes se hicieron a un lado en el horizonte y apareció el sol. Quetzalcóatl compartió sus conocimientos, anunciando cómo era la vida bajo los valores de la humildad y la igualdad. Desde aquel día esta divinidad que decidió transformarse en humano fue un ejemplo a seguir para todas las personas y muy respetado por muchas civilizaciones.

La flor de Cempasúchil

Esta es la historia de Xóchitl y Huitzilin, dos aztecas enamorados, cuyo hermoso encuentro inició desde su tierna infancia. En esos tiempos ambos solían escalar los cerros y ofrecer flores a Tonatiuh, el dios del sol. Al llegar la edad, Huitzilin debía cumplir con sus deberes de guerrero y abandonar su pueblo para combatir.

La mala fortuna en la guerra hizo que el joven muriera. Al enterarte de tan triste noticia, su amada de siempre,  Xóchitl, subió a la montaña y le rogó a Tonatiuh que le permitiera estar juntos. El dios sol escuchó y lanzó un gran rayo sobre ella, convirtiendo a la joven en una hermosa flor de color naranja. Así, Huitzilin, en forma de colibrí, se acercaría a besas a Xóchitl que se había convertido en flor. Este es el origen de la flor de cempasúchil, muy utilizada en la tradición prehispánica para guiar a los muertos al mundo de los vivos.

La leyenda de los volcanes

En épocas del poderoso imperio azteca los vecinos estaban obligados, entre otras cosas, a pagar un tributo. Los tlaxcaltecas, grandes enemigos de los primeros, estaban hartos de semejante atropello y decidieron alzarse en armas. Popocatépetl, uno de los formidables guerreros rebeldes decidió perdirle la mano a Iztaccíhuatl, la bella hija de un cacique. El padre aceptó y si volvía victorioso de la batalla la boda se haría perfectamente.

Durante la ausencia del guerrero un hombre envidioso de semejante amor lanzó una falta noticia: Popocatépelt había muerto en el fragor de la lucha. Ante semejante noticia y tras algunos días, Iztaccíhuatl murió de tristeza. Al volver de la batalla y lleno de victoria el muchacho se enteró de lo sucedido. Por tal motivo, para honrar la memoria de la joven amada, Popocatépelt unió diez cerros y acostó a su amada en la cima; él llevaría consigo una antorcha y la custodiaría eternamente. Esta leyenda cuenta el origen de dos volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuat, que permanecieron juntos por siempre.

Las manchas del ocelote

Esta leyenda breve nos cuenta que el pelaje del famoso ocelote no siempre ha sido así ¿Por qué? Porque antes tenía una piel dorada y sin ninguna mancha. De hecho, el ocelote era un animal tranquilo, que siempre pasaba sus días comiendo, descansando y observando. Sin embargo, un día apareció un cometa y el felino le pidió que se fuese. El cometa, ante semejante descaro, se enfadó y salpicó con fuegos y piedras al animal, dejándolo por siempre con las manchas conocidas en la actualidad.

La gente de maíz

Según el relato maya en los tiempos remotos de una de sus divinidades, Hunab Ku, en el mundo solo había hermosos mares, llamativas plantas y animales variados; pero el dios se sentía solo. Para mejorar esa situación, entonces, creó a las primeras personas de barro, pero eran tan frágiles que se quebraban con facilidad. En el segundo intento fabricó individuos de madera, en esta ocasión eran fuertes; pero no podían hablar y si no podían hablar tampoco adoraban a los dioses. Hunab Ku, algo molesto, lanzó un diluvió e intentó otra vez.

En la tercera y final ocasión se crearon personas de maíz. Eran de diversos colores, sabían todo y veían todo, ocasionando celos a los mismos dioses. Por lo tanto, el creador los cegó poniéndoles vaho en los ojos. Desde ese momento no podrían ver más a los dioses, solo venerarlos.