Saltar al contenido

Las 7 Leyendas de Santa Cruz más aterradoras y populares

Santa Cruz cuenta con un enorme reservorio de relatos míticos y leyendas de toda clase que puede agradar a cualquier persona. En esta ocasión presentamos las siete mejores leyendas de Santa Cruz de terror y populares. 

Las 7 mejores leyendas de Santa Cruz

La leyenda de la viuda alegre

Unos buenos siglos atrás, Martín se dirigió a la fiesta del pueblo, ya que sus hermanos menores, algo más festivos, le insistieron. Es que nuestro protagonista era un hombre tranquilo, reservado, que  la pasaba la mayor cantidad de tiempo trabajando.

Una vez que llegaron a la reunión, los hermanos salieron disparados a buscar parejas. Él, en cambio, se quedó solo en un rincón, esperando que la celebración terminara. De golpe, sin embargo, se acercó una bella mujer, delgada, de ojos negros y cabello rizado. Ella le preguntó que hacía ahí y el muchacho simplemente contestó que venía a acompañar a sus hermanos, que a él no le gustaban ni las fiestas ni mucho menos bailar. Para sorpresa de Martín, a esta espléndida mujer tampoco le gustaba esta clase de encuentros, por lo que la dama misma lo invitó a salir afuera y charlar un buen rato.

La noche era magnífica, la claridad de la luna lograba vislumbrarse y los dos jóvenes charlaron un buen rato, hasta que se besaron. De manera súbita la mujer miró al cielo y dijo que ya era muy tarde. Martín comprendió la necesidad de la mujer y, como buen caballero, se puso en campaña para llevarla a su hogar. La joven aceptó y ambos subieron a un caballo. El corcel, en forma extraña, relinchó como nunca cuando la muchacha estuvo sobre su lomo, casi como presintiendo una figura del todo extraña.

Si bien Martín obedeció al instante, le había parecido sumamente extraño que la dama le dijera que vivía en el camposanto, ya que sabía con total seguridad que cerca del cementerio no había casa alguna. Así, en el preciso instante en que llegaron afuera del panteón, la mujer lanzó un grito ensordecedor, alarido de terror tan fuerte que seguramente se escuchó hasta en los sitios más recónditos de Bolivia. Martín volteó hacia atrás y, para su enorme sorpresa y horror, la dama se había transfigurado en un esqueleto andante. Era nada más ni nada menos que la Viuda Alegre, un espectro que intenta matar a sus víctimas del susto.

El guajojó

El retoño de un cacique que vivía en un claro de una selva era una joven india, hermosa y simpática, que estaba profundamente enamorada de un joven de la misma tribu. El mozo era un buen guerrero, tierno, bien parecido, considerado y correspondía en semejante amor.

Un día, sin embargo, el cacique se enteró de semejante idilio amoroso y se convenció que el muchacho no era en verdad buen partido. Haciendo uso de su poder como autoridad y sus dotes de hechicero logró que el joven lo acompañara a cazar en un sitio muy lejano; ahí acabó con su vida.

Al pasar las jornadas, la dama no aguantaba más la desaparición de su amor, por lo que se dispuso a buscarlo de manera incansable. En medio de semejante accionar, se encontró con la evidencia atroz del crimen. No lo dudo un instante: regresó al caserío, enfrentó a su padre y le anunció que lo dejaría en evidencia ante toda la tribu por semejante abominable crimen.

Para evitar semejante revolución, porque las consecuencias del asesinato podían ser graves, utilizó el cacique toda su sapiencia como mago y convirtió a su propia hija en un ave nocturna. Lo curioso de esta criatura es que conservó la voz lastimera de la pobre india, quien día tras día se aflige ante la pérdida de su gran amor. Esta ave es la que se conoce como guajojó.

El farol de la otra vida

En medio de las caliginosas callejuelas de principios de siglo pasado se corría la voz de un cuento conmovedor, en donde había un farol que vagaba flotando, en el más profundo silencio y haciendo brillar toda su lumbre. Este farol llevaba en su interior una nerviosa llama y, según algunos, provenía del interior de alguna Capilla perdida. El artefacto simplemente levitaba, dejándose ver por algunas almas azarosas que andaban de juerga en medio de la oscuridad o los que estaban en vela, posiblemente sin ningún buen propósito.

El farol de la otra vida los asustaba y los hacía correr con el fin de escarmentarlos. Algunos hombres y mujeres correctas se envalentonaban y lo enfrentaban, pero incluso en ese rapto de valentía salían despavoridos, por más que el farol se encontrara a metros de distancia. Si el farol, sin embargo, se topaba con alguien de conciencia limpia no le hacía nada. Al llegar el alba el objeto endemoniado volvía a las profundidades de donde había salido, con el mismo silencio de siempre.

El jichi

En un pasado remoto, se cuenta, el agua no abundaba en la región y en los períodos de sequía casi no se encontraba un pozo. Es por eso que los pueblos originarios la cuidaban con todas sus fuerzas y, para tan importante tarea, designaron como custodio a un ser denominado Jichi.

Este ser mítico no se parece a ningún animal, aunque hay que decir que cuenta con un cuerpo similar al de una culebra y al de un saurio a su vez. Traslúcido, flexible y resistente, podía esconderse muy bien en pozos, charcos y estanques de agua. Es un escurridizo ser que no se dejaba ver, vivía en el fondo del agua. Si era avistado, simplemente sucedía cuando el sol se comenzaba a esconder.

Al Jichi hay que darle las más variadas ofrendas y rendirle culto para mantenerlo contento. Asimismo, hay que cuidar cada reservorio de agua, administrado con sapiencia y tenerle cariño, ya que de lo contrario el líquido tan vital comenzará a escasear, debido a que el animalejo se ha ofendido y marchado de allí.

La viudita

En muchas culturas se le suele denominar viudas a aquellas mujeres cuyo esposo murió y, asimismo, pasan a formar parte de leyendas como espectros vengativos. Santa Cruz tiene un personaje así, aunque el diminutivo de viudita le da ciertos aires de ternura o simpatía.

Si bien este espectro no apareció más, en el pasado se contaba que la viudita hacía correr de miedo a ciertos hombres que en la noche andaban por malos pasos, buscaban favores femeninos mal habidos o de juerga. Si bien nadie le vio a este ser fantasmagórico la cara jamás, porque se cubría con un mantón, siempre estaba de luto, con una falda amplia de la época de antaño y un corpiño muy ajustado, que resaltaba su abundante busto. Ante semejante figura, sin embargo, los hombres salían despavoridos y solían encontrar el camino de buen juicio.

La Casa santa

En la esquina formada por las calles Charcas y Campero se levanta una edificación que es conocida con el nombre sugestivo de La Casa Santa. Un hogar tradicional del siglo pasado y, según especialistas, muy fiel al estilo cruceño. Paredes lisas, altas techumbres,  puertas de cuatro manos, columnas de ladrillo, balaustres bonitos de madera, entre otros rasgos. Mucho de lo primitivo queda aún hoy, a pesar de que se han hecho actividades de modernización.

Sin embargo, según viejos relatos, la casona tuvo la poca envidiable fortuna de ser un sitio acogedor para todo tipo de fantasmas y seres espectrales. Los dueños tuvieron que observar y sufrir semejantes apariciones, lo cual los obligó a dejar la propiedad, ya que iban en aumento y ponían en riesgo sus vidas. Asimismo, los sucesivos inquilinos corrieron con la misma suerte.

El carretón de la otra vida

Según la creencia popular el carretón de la otra vida salía a buscar en las noches a las almas descarriadas, las que iban por mal camino, para llevárselas sin miramientos directo al infierno. En tiempos del surazo, es decir, de viento o ventisca y luego de la medianoche los testigos decían que vislumbran a este espectral objeto y sujeto. Pues no solo teníamos una carreta hecha de huesos humanos, sino un carretero quien era el mismo diablo que llevaba como carga cientos de cráneos amarillentos.

El grito del carretero, por otro lado, se escuchaba en todos los rincones del lugar y la carreta era tirada por bueyes que en vez de ojos tenían las cuencas cuyo interior destellaba un rojo intenso. Por tal motivo, en las noches tormentosas nadie salía de sus hogares, no sea cosa de encontrarse con el carretón de la otra vida.