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La leyenda de El Silbón

Leyenda de El Silbón

El Silbón es parte del enorme bagaje de leyendas con el que cuenta Venezuela; la historia de un alma en pena que camina sobre el mundo de los vivos por una maldición y que lo único que hace, de manera automática, es coleccionar nuevas víctimas, merecidas o no. Su aspecto es de un hombre alto de manera impresionante , flaco, que vaga con una bolsa llena de huesos de su progenitor y de nuevas personas con las que se topa en su camino ¿Su nombre? Se debe a que este ente siniestro tiene la costumbre, en cualquier sitio y a cualquier hora, de demostrar con anterioridad su presencia cuando se escucha un silbido, que se sustenta en prácticamente todas las notas musicales (do, re, mi, fa, sol, la y si) y con la particularidad de que si el sonido se escucha cerca la persona se puede quedar tranquila ya que la criatura se encuentra lejos, pero si es lejano es que El Silbón se halla muy cerca. Ni hablar si se siente el crujir de los huesos que lleva en su bolsa: la muerte es segura para el oyente. Las únicas maneras de salvarse es estar en grupo o no presentarse de manera solitaria, contar con perros, ají o látigos. Esta alma en pena suele vengarse de los mujeriegos y beodos, succionándolos desde el ombligo, despedazando su carne y depositando sus huesos en su alforja.

¿Pero cuál es la historia de El Silbón? ¿Cómo devino en semejante alma luctuosa y errante? En verdad, se dice que otrora era un joven que observó algo extraño entre su padre y la mujer: el progenitor del muchacho estaba golpeando a su esposa, supuestamente por ser una mujerzuela. La leyenda continúa con el hecho de que quien por la eternidad sería El Silbón estalló de furia y como un caballo desbocado se trenzó en una pelea a muerte con su padre. La peor parte se la llevó el último, ya que el joven le asestó un golpe en la cabeza con un palo y luego, cuando el hombre estaba tirado en el suelo, lo terminó ahorcando. Sin embargo, el abuelo llegó y ante el espectáculo juró vengar a su hijo, su sangre y huesos, frente a su nieto, que también lo era, por el horrendo crimen que había cometido. Poco tardo en encontrarlo la persona mayor en años a su descendiente, entonces lo ató y le dio una andanada de latigazos. Asimismo, para completar la sanción le frotó ají picante en las heridas (otros relatos dicen aguardiente) y echó a su perro para que lo persiguiera. El canino le morderá los talones hasta el fin de los tiempos, ya que el abuelo lo maldijo y lo condenó a portar los huesos de su progenitor por la eternidad.