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La Leyenda del hilo rojo

 

La gran historia del hilo rojo

¿Estamos predestinados a ciertas personas? ¿No importan las ignorancias, los azares o la libertad humana? ¿En verdad, en una suerte de teoría de la probabilidad sin ninguna matemática de por medio existe el destino? Estas preguntas podrán hacer pensar al lector, pero de algún modo son contestadas por la hermosa leyenda del hilo rojo que desarrollamos a continuación:

Una leyenda de origen asiático cuenta que un anciano que vive en la Luna sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están signadas o predestinadas a unirse en el futuro, lo cual este buen hombre asegura uniéndolas a partir de una suerte de hilo rojo para que no se pierdan.

Sin embargo, la historia auténtica del hilo rojo (o por lo menos la más prolongada) versa sobre un emperador, quien se había enterado que en una de las provincias de su reino existía una bruja muy poderosa, capaz de poder ver el hilo rojo del destino, por lo tanto, la mandó a traer ante su magnánima presencia.

Con la llegada de la mujer, el emperador le pidió que buscara el otro extremo del hilo rojo que llevaba atado a su meñique y que, de esa manera, la hechicera lo encaminara hacia quien sería su potencial esposa. Naturalmente, la bruja accedió y comenzó el seguimiento de ese hilo rojo tan particular, ya que se trataba, nada más ni nada menos, que el de la máxima autoridad de un reino.

La búsqueda llevó hasta un mercado en donde una pobre campesina vendía sus productos, con un bebé en sus brazos. La bruja, al llegar aquí se detuvo, le comunicó a la mujer que se pusiera de pie y, con el arribo del emperador, le anunció a este que justamente ahí era donde culminaba su hilo rojo. Es evidente que semejante realidad no agradó al emperador, quien no solo consideró todo una burla de la bruja, sino que se enfureció de tal manera que empujó a la pobre campesina, haciendo que la criatura que llevaba entre sus brazos cayera y se hiriera de manera sensible la frente. Acto seguido ordenó que detuvieran a la bruja y que le cortaran la cabeza.

Muchos años después, cuando llegó el momento en que el emperador debía casarse, su corte le recomendó que sería mejor que desposara a la bella hija de un general muy poderoso. El emperador aceptó y se comenzaron todos los preparativos para recibir a esa muchacha, quien sería la flamante esposa. Finalmente, llegó el momento de la boda y divisar por primera vez el rostro de la mujer. Ella entró al palacio con un hermoso vestido y un velo que cubría totalmente su rostro. El emperador al vislumbrar la hermosa cara de la muchacha se dio cuenta de una llamativa cicatriz que portaba su frente. Esa cicatriz era justamente la que él había provocado cuando unas primaveras antes había rechazado su imperturbable destino, uno que la misma bruja había puesto frente a sus narices y él descreyó.

Un hilo rojo que nos une por siempre

El hilo rojo está absolutamente vinculado con la idea del destino ¿Qué es el destino? Una manera, si se quiere, de comprender la temporalidad como una sucesión necesaria de los hechos, una idea, que es la mismísima realidad para quienes creen en ella, que todo ya está escrito de antemano, que la estructura de la vida está prefigurada y que el ser humano o cualquier criatura simplemente ocupa un lugar y se deja llevar por tales vientos casi metafísicos ¿La libertad o el libre albedrío? En este caso, llevado al extremo, no existe.

Pero el hilo rojo, si se quiere, muestra el lado dulce de semejante filosofía del tiempo o realidad (ya que tal vez, a nivel macrocósmico, ya esté todo determinado). Toda persona, hombre o mujer, tiene a su contraparte, su gran amor, esperando en algún lugar de este mundo y es una simple cuestión de tiempo hallarlo porque, como sabemos, el destino es inexorable. El hilo rojo encuentra sus extremos en el dedo meñique (las vertientes asiáticas de la historia hablan de este dedo, pero otras del anular), lo cual no es simple casualidad, ya que hay un simbolismo fuerte: en el meñique se halla la arteria ulnar o cubital, la cual está direccionada, a través de otros vasos sanguíneos, hasta el mismísimo corazón. El corazón históricamente ha sido concebido como el órgano del amor, la esencia, lo más puro, el receptáculo del cariño y el sentimiento, a pesar que la fisiología hace bastantes siglos ha demostrado lo excesivamente automático que es.

Y el hilo rojo, ya lo anunciamos, es indestructible: como personificación del destino, este se puede enredar, contraer o estirar; pero en verdad nunca romper. Aquí están ligadas ideas totalmente vinculadas como la de un alma gemela o media naranja, un mito que, por ejemplo, encontró un teórico en el mismo Platón. Lo curioso  es que el hilo rojo muestra cómo el amor está destinado o ya existiendo de alguna manera de antemano, generando un determinismo en ambas vidas de los amantes, en la que el hacer es una mera apariencia de libertad que puede cambiar algo de manera pequeña en todo caso, pero nunca la sustancia: ambos terminarán unidos. El emperador, por ejemplo, podría haber aceptado de buenas a primera el designio de la bruja cuando su futura esposa era una bebé aún o, como finalmente pasó, vivir todo ese rodeo hasta una adultez en donde se encuentra la princesa otrora hija de una campesina pobre según el relato.

Asimismo, hay que anunciar que la teoría de destino, tan tenida en cuenta en múltiples civilizaciones puede terminar justificando actos oscuros y cruentos solo porque en definitiva somos peones en un juego ya establecido. Porque el amor es parte de la vida y si el primero está sometido al destino podríamos preguntarnos si realmente todo no lo está ¿Entonces era necesaria la muerte de la bruja? ¿La bruja sabía o conocía que su muerte era parte del destino amoroso de la futura pareja real? Sea como sea, el hilo rojo en su leyenda versa de un verdadero amor, al cual se está destinado porque genera un antes y un después, debido a que, justamente, es distinto a todo los demás y  es más bonito, bello o verdadero, por lo menos.